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La distopía patriarcal sacrificó un cordero

En un mundo ideal, todos los seres humanos gozaríamos de los mismos derechos. No habría privilegios, abusos, ni injusticias legitimadas sobre la base de unos supuestos arbitriarios. Pero en este mundo, el que nos (des)aloja, las mujeres que tienen un aborto espontáneo son encarceladas, las mujeres que luchan por la seguridad de sus hijos e hijas son detenidas, las mujeres que salen a la calle son abusadas y manoseadas y las mujeres que defienden su libertad son asesinadas. No es precisamente un mundo ideal. La distopía patriarcal en los tiempos que corren, finge reconocer y aceptar los derechos de todas las mujeres al incorporarlas a la circulación pública, es decir, fuera de los límites del hogar. Esto no es insignificante, pero resulta insuficiente. Lo que se presenta como un hecho consolidado de igualdad, consiste, en la práctica, en un “hacer como si…”. Como si por haber empleadas y jefas mujeres, éstas percibieran el mismo salario que los empleados y jefes varones; como si por tener un empleo remunerado, las mujeres dejaran de ser esclavizadas como únicas responsables de las tareas del hogar y los hijxs; como si por poner mujeres manejando en publicidades de autos, se dejara de estereotiparlas; como si por criticar en mi programa de tele a Cordera fuese un varón menos machista. Esta pantomima resulta bastante efectiva para distraer a una gran cantidad de personas que, lejos de problematizar el asunto, suponen que todo marcha sobre ruedas. Otra gran cantidad de personas, muy conscientes del pescado podrido que nos quieren vender, ponen el ojo en la lupa y nos señalan las distancias que existen entre lo que se dice que se respeta y lo que efectivamente se respeta. En sintonía con este doble discurso, podemos comentar un poco la carta abierta de Cordera post-autoincendio. Es muy ilustrativa como expresión de la hipocresía con la cual gobierna el patriarcado. En definitiva, también Cordera hace como si. Como si pedir perdón equivaliera a comprender porqué lo que dijo es repudiable. Como si las disculpas supusieran un cambio de opinión, un trastocamiento de lo que considera verdadero. Como si en sus oraciones no pudiera leerse el machismo del cual reniega. Sus explicaciones son inconsistentes, por decir lo menos. En primer lugar, no se entiende qué es el artista, si es lo mismo que el personaje y en qué punto se divide de la persona. Hace una especie de nosología bastante esquizoide, si me permiten decirlo. Parece ser que su personaje es provocador, pero que él quiere la felicidad de la gente; que no se identifica con lo que dice, pero lo dice igual porque es un artista (por lo tanto “un canal”); que “traicionó a su persona que repudia toda clase de violación”, pero que “a veces los artistas muestran cosas que la sociedad no quiere ver por eso los castiga”. Un berenjenal. Igual, ojo, dice que “no le sirve condenarse ni justificarse, sólo pedir perdón”. Pero -como quien no quiere la cosa- cocina un omelette de explicaciones. Finalmente, no queda claro si es que no hemos sido lo suficientemente indulgentes, si deberíamos agradecerle ¿al artista? por propiciar un debate tan nutritivo, o si tiene serias dificultades para expresar lo que aprendió. Debo reconocerle, sin embargo, un elemento de comedia (involuntaria pero no menos eficaz). Es gracioso ver cómo dice lo que no quiere decir cuando dice lo que quiere decir.   Después de haber leído detenidamente su publicación, me inclino por creer que, en realidad, no entendió nada. Para empezar, no existe tal cosa como un “universo de la mujer” al cual ofender, porque no existe “la” mujer. Existimos las mujeres, que no somos todas idénticas y que no nos “ofendemos” cuando nos cosifican, reivindicamos nuestro derecho como personas y no como bienes de consumo. En segundo lugar, si las palabras pueden ser condenadas (dudosamente más que los hechos), es porque la enunciación es un acto, simbólico, pero un acto al fin. Las palabras (debería saberlo el artista) tienen efecto y modelan el mundo y nuestras vidas. Y si la apología de un delito es penalizada, es precisamente porque se reconoce este efecto. Además, me gustaría distinguir que la sociedad no está “sensible” con el “tema de la violación”, está exigiendo respeto y justicia. Tampoco es “un delicado tema que merecía ser tratado en un ámbito académico” porque no hay nada que debatir: la violación es un delito y desvirgar a la chiquita de dieciséis que tanto ratonea ¿al personaje?, también. En algo sí tiene razón: fue el campo de batalla de una guerra de gran trascendencia. Hoy es Cordera, mañana es Oscar y pasado, Ricardo. Quien sea el portavoz es lo de menos. Ni siquiera es condición necesaria que sea un varón; muchas mujeres también son machistas. Ocurre que, en este caso, fue una persona pública, por lo que el efecto de sus decires se multiplica. Pero la lucha por los derechos de las mujeres no empieza ni se termina con él, aunque hoy sirva de ancla para charlar de unas cuantas cosas. También es cierto que “su inteligencia no pudo”. Pero no por haber llevado a cabo un “ejercicio de psicodrama” con la audiencia equivocada, sino por no haber logrado anticipar que el patriarcado está dispuesto a sacrificar a cualquiera de sus amigos machos cuando pone en peligro al sistema. Porque, aunque le parezca perfectamente natural, hay que hacer como si fuera gravísimo. Hay que mantener las apariencias. Y lo grotesco trae inconvenientes. En todo caso, el asunto con Cordera para quienes gustan de su música, será dilucidar si pueden separar la producción del productor. Si pueden cantar sus canciones estando en desacuerdo con su ideología. ¿Puedo suscribir a la filosofía de Heidegger sabiendo que era nazi?, ¿a la de Althusser, a pesar de que mató a ‘su’ mujer?, ¿alentar a Monzón, que la tiró de un balcón?, ¿puedo seguir viendo películas con Johnny Depp, que le pegó unos cuantos bifes a su última pareja?, ¿y Fede Bal puede seguir pareciéndome simpático en lo que sea que haga, aunque tenga una denuncia por violencia de género? Por suerte, dice Cordera que los que quieran encontrarlo, lo busquen en sus canciones, donde está su corazón. Supongo que no se refiere a la que dice “qué linda que estás/sos un caramelo/te veo en el recreo/y me vuelvo loco”. Por Victoria Tami
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